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60th IFLA General Conference - Conference Proceedings - August 21-27, 1994

EL ESCRITOR Y LA BIBLIOTECA

Cintio Vitier
(Cuba)


PAPER

La patria de bibliófilos tan ilustres como Antonio Bachiller y Morales, de quien José Martí dijera que es "el autor que más materiales ha allegado acaso para la historia y poesía futuras de un pueblo",(1) o Carlos M. Trelles, "considerado con razón Äapunta Ambrosio Fornet en su precioso estudio El libro en CubaÄ uno de los grandes biblióg rafos de la humanidad",(2) se enorgullece y alegra de recibirlos a ustedes, servidores mundiales de la lectura que dignifica, enriquece y hermana a los hombres.

Por lo que se refiere a la praxis específicamente bibliotecaria, también podemos los cubanos mostrar un honroso expediente, desde la fundación de la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País en 1793 hasta nuestros días, con figuras de relevantes méritos, como las de Domingo Figarola-Caneda,(3) primer Director de nuestra Biblioteca Naci onal, y María Teresa Freyre de Andrade,(4) refundadora de esa institución desde el triunfo revolucionario, quien logró convertirla, con sus múltiples y concertados departamentos, en una biblioteca coral o polifónica, no obstante su impecable silencio.

Durante los quince años que, en compañía de mi esposa, trabajé como investigador literario, y después también como responsable de la Sala "Martí" en el entonces flamante edificio alzado frente a la Plaza de la Revolución, pude acercarme íntimamente a dos realidades de las que tenía muy vagas referencias: cómo es una Bibl ioteca Pública por dentro y cuáles son las características de la profesión bibliotecaria.

El trato con los libros, incluso como objetos atractivos antes de ser legibles, me resultaba familiar desde la infancia, pues la casa en que me crié en Matanzas era una escuela, como la biblioteca personal de un maestro de la cultura cubana. En efecto, mi padre, Medardo Vitier,(5) desde la perenne modestia de sus recursos económicos, había acumulado una escogida colecci&oacut e;n de libros, preferentemente cubanos e hispanoamericanos, con no pocos clásicos españoles y de lengua inglesa, muchos de ellos procedentes de la legendaria colección del bibliográfo José Augusto Escoto,(6) esposo de la inolvidable memorialista matancera Dolores María Ximeno.(7)

Intuitivamente empecé a distinguir, en aquellos mis primeros años de cuadernos escolares y convivencia oscura y diaria con los volúmenes de mi padre, que al estar en sus manos, entrar por sus ojos y viajar por su alma, ya no eran iguales a los que, aunque con idéntica apariencia, quedaban solos y como desolados o expectantes en las vidrieras y los mostradores de la Cas a Mercado, la librería principal de Matanzas; ni debían ser tampoco iguales a como habían sido en las manos del amigo coleccionista y anticuario, cuyas conversaciones con Lola María Äla de Aquellos tiempos...Ä-, en las mecedoras de la Biblioteca Municipal según contaba mi padre, le hacían pensar que todas las figuras, mayores o menores, de la cu ltura cubana, eran para ellos como parientes de su familia personal.

Iba descubriendo así los distintos modos de ser y actuar del libro, de los libros que ya en nuestra casa de La Habana establecerían diálogos nocturnos entre la biblioteca pensadora, en los bajos, de mi padre, y las estanterías poéticas de mi esposa y mías, mezcladas pero no idénticas, con sabores tenaces de sus casas de origen, en los altos. Otras bibliotecas privadas me impresionaron, como la de Enrique José Varona(8) cuando, presidida por una estatuilla de la Victoria de Samotracia, fue trasladada al Ateneo de La Habana para candoroso orgullo de su presidente, José María Chacón y Calvo,(9) curtido por soles de playas y serranías a la vez que doblegado por infolios e incunables; y la de José Lezama Lima(10)en su casa-gruta de Trocadero 162, cuyas columnillas salomónicas parecían invitar a una sabiduría otra, como si allí pudieran estar reducidas alquímicamente las inmensas bibliotecas de los egipcios y los monjes medievales, pero lo que uno veía, contrastando con la de Varona, no eran alineamientos de académica pasta española, sino estantes atestados por una hibridez tan indescifrable como fabulosa.

No me eran desconocidas ya, por otra parte, las emociones como iniciáticas de las primeras visitas de estudiante y de estudioso a la Biblioteca de la colina universitaria, donde tuve que extractar horribles mamotretos de las Cortes españolas; a la Municipal, dirigida por un valioso e infatigable bibliógrafo, Fermín Peraza Sarausa;(11) y a la más venerable de tod as, la de la Sociedad Económica de Amigos del País, ya plantada en el espacio abierto de Carlos III con cierto aire griego, donde en parte compuse, desflorando ejemplares dedicados e intensos, mis Cincuenta años de poesía cubana (1952). Era el encuentro extraño y de pronto entrañable con los libros de nadie, los que sabemos que nunca serán nuestros , los que uno lee como despidiéndose, y que tiene que devolver a un silencio que desconocemos. Incluso creo recordar una visita, ya no se si real o soñada, a una sala de lectura con ventanales marinos, y allí relampagueaba, pletórica y sarcástica, la amarga cubanía de otro fiero defensor de nuestros libros: José Antonio Ramos.(12)

Pero entrar a trabajar en 1962 en las celdillas llamadas cubículos de la Biblioteca Nacional "José Martí" bajo la dirección de María Teresa Freyre de Andrade, tener acceso a sus misteriosos almacenes levemente recorridos por los pasitos de Carlos Villanueva,(13) duende tutelar de todos los bibliotecarios habaneros, con la compañía de un súbi to y maravilloso grupo de amigos, más bien amigos que se sumaban a los que ya la fortuna nos había regalado, como Eliseo Diego,(14) Octavio Smith,(15) Cleva Solís(16) y Roberto Friol,(17) fue como salir de la habitación del estudiante solitario de cualquier instrumento y entrar a formar parte, según ya lo dijimos, de un conjunto polifónico, que en realida d era el hogar soñado de lo que Juan Ramón Jiménez llamara "el trabajo gustoso".

Investigadores, poetas, referencistas, vigilantes de sala, catalogadoras, usuarios cotidianos de todas las edades, contadoras de cuentos para los niños, responsables de almacén, obreros de mantenimiento, bibliógrafos, colaboradores de la revista, empleados de Hemeroteca, de Información, de Humanidades, Ciencia y Técnica, Arte y Música, Publicaciones, Sele cción, Canje y Distribución, Taller de Encuadernación, todos aprendimos juntos en aquellos años que una Biblioteca Pública no es un depósito de libros sino un concierto admirable de vocaciones silenciosas, una especie de religión laica, y un organismo reproductor de cultura viva e irradiante para la comunidad. Al ponerse en contacto el escritor &A uml;-no como usuario externo, sino como partícipe interno del quehacer bibliotecarioÄ- con fondos que en nuestro caso eran los de la entonces llamada Colección Cubana, surgen proyectos creativos que en la soledad de la propia biblioteca no se hubieran propiciado. Esos fondos, que ya dejaban de ser "de nadie", empezaban a actuar imaginativamente en el excitante tránsito d el escritor al investigador. Así, mi esposa y yo, como nuestros amigos mencionados, nos convertimos rápidamente, saltando lagunas de formación científica, en apasionados investigadores "internos". Basten como ejemplos el trabajo de equipo realizado sobre nuestro primer periódico, El Papel Periódico de la Havana,(18) o los estudios individuales llevados a cabo por Fina García Marruz(19) sobre Domingo del Monte, por Octavio Smith sobre Santiago Pita, por Roberto Friol sobre Cirilo Villaverde y Juan Francisco Manzano, o sobre la crítica en el siglo XIX cubano por quien les habla,(20) además de la inspirada dirección que tuvo en manos de Eliseo Diego el departamento de Literatura para Niños. Otros ejemplos mayores nos ofrecían cotidianamente Ä-y no podemos aquí ser exhaustivosÄ- Juan Pérez de la Riva,(21) sabio escrutador del pasado colonial, y Renée Méndez Capote,(22) desenfadada y encantadora memorialista de la seudorrepública.

Lo que he querido sugerir con estas rápidas evocaciones es que el escritor doblado en investigador, integrado a un trabajo bibliotecario común, constituye una especie de creador distinto que se enriquece con posibilidades inesperadas y puede rendir nuevos servicios a la comunidad intelectual.

Por otra parte, a mi esposa y a mí nos tocó la suerte de fundar, el 28 de enero de 1968, la Sala "Martí", que prestaba un servicio especializado a investigadores y estudiantes, y de la que fue órgano el Anuario Martiano, publicación informativa y crítica que, según palabras del profesor Manuel Pedro González,(23) "serviría como punto de enlace y fuente de información entre todos los martianos del mundo y principales bibliotecas universitarias y públicas". Para ello contamos, además de la colaboración de estudiosos cubanos y extranjeros, con un trabajo bibliográfico sistemático que comenzó Celestino Blanch Blanco,(24) y continuó hasta nuestros días en el Anuario de l Centro de Estudios Martianos, nuestra prestigiosa bibliógrafa, alma de la hoy llamada Sala Cubana, y más tarde del Departamento de Bibliografía Cubana, Araceli García-Carranza.(25) De no haber sido trabajadores de la Biblioteca Nacional, no hubiéramos podido realizar este proyecto, que ha llegado a significar un aporte serio y constante al estudio nacional e i nternacional de José Martí.

Inspirado en sus estudios de la milenaria cultura china, José Lezama Lima opinó en una conferencia memorable, titulada "La biblioteca como dragón" y leída en la Biblioteca Nacional en 1965, que "toda biblioteca es la morada del dragón invisible", a la vez que "se apoya sobre la tortuga de espaldar legible".(26)

No nos asustemos demasiado. La tortuga aludida por Lezama es la legendariamente nombrada Pei-hei, cuyo espaldar interpretado por los sabios dio lugar al llamado Libro de las mutaciones o de las metamorfosis, especie de explicación simbólica y omnicomprensiva de la realidad universal, mientras el dragón en cuestión es el emblema de lo inapresable perseguido por el bibli otecario de los príncipes, el doctor Kung-tse (551-479 a.C). Lo que Lezama con estas evocaciones nos recuerda es que la inmovilidad de la Biblioteca edificada en medio de la ciudad, comparable a la tortuga legible como Libro, es meramente aparencial, porque en ella mora el dragón invisible de lo inapresable que esos mismos libros, cifrados en su infinitud como Libro de las mutacione s o de las metamorfosis, persiguen incesantemente desde el más remoto origen de la escritura humana. Entrar en la Biblioteca, pues, viene a decirnos Lezama, no es entrar en un edificio, sino en una persecución, en una cacería sin fin que atraviesa los siglos, pero es también entrar Äutilizando un término refuncionalizado por Ernest Robert CurtiusÄ- en un tesaurus visible de lo invisible, palpable de lo impalpable. Monumento a una final sabiduría que n o sabemos dónde está, que simultáneamente es una ignorancia petrificada, irónicamente monumentalizada, y también única flecha Ä-la de la utopía de una gnosis integral o cultura definitivaÄ- que unos llaman todavía progreso, y otros apocalipsis de todas las creencias, y otros la eterna futuridad de lo desconocido, como gustéi s.

La Biblioteca, en suma, aunque parezca el lugar más quieto del mundo, en las almas ejecutantes de sus servidores y usuarios, se mueve siempre hacia el este, hacia donde sale el sol, como el dragón inapresable del doctor Kung-tse. Y cuando digo "almas ejecutantes" vuelvo a mi primera impresión de la Biblioteca como polifonía, "aquellas" misteriosas servidoras que conoce n los códigos secretos de las escrituras, que oyen al visitante en consulta penumbrosa como de confesionario o de oráculo, que lo guían por laberintos de las que sólo ellos, o "ellas" más bien, tienen la clave, que caminan por los corredores eternos de la Biblioteca de Alejandría, que entegan sonriendo el tesoro que ansía el príncipe, quiero decir, el niño, el anciano, el obrero, el científico, el campesino, el estudiante. Quiero decir, el único príncipe nuestro, el pueblo. Y más aún, que están dispuestas a ser misioneros y misioneras capaces de curar a mudos y ciegos allí donde el texto, ese milagro humano, no haya podido entrar todavía en la carne de los hombres despos eídos, a los cuales pertenece como la estrella a la noche.

Estoy hablando, amigos, si me excusáis memorias que quisieran despertar las vuestras y metáforas que nos iluminan la vida, de los valores, objetivos y responsabilidades de la profesión bibliotecaria e informática, y de su papel en el contexto social y económico contemporáneo. No pierdo de vista que el tema central de esta Conferencia es Biblioteca y desar rollo social, y que el Pre-Seminario de Matanzas, donde empezaron mis diálogos con el mundo de los libros, se ha ocupado del más conmovedor y útil de los proyectos de IFLA: el de las Bibliotecas para la alfabetización en comunidades geográficas y socialmente aisladas.

Hablar diferentes idiomas y tener que ser traducidas nuestras palabras, me parece que también justifica el recurrir al ámbito de las vivencias, que siempre actúan como vasos comunicantes, y al lenguaje de las imágenes, que son el Pentecostés de la poesía. Mi convicción más profunda es que la poesía, la poiesis, la creación, deb e llegar a ser el centro de la sociedad planetaria, como ya es, de hecho, el centro del universo en que vivimos. Basta contemplar el cielo estrellado para convencernos de que la justicia existe. Trabajar íntima y públicamente para que esa justicia exista y rija también en la Tierra, es el deber de todos los hombres de buena voluntad. La justicia es belleza. La belleza es siem pre creación. Fijas o ambulantes, enormes o modestas, valoradas siempre como el legendario dragón hacia el este, hacia la región del nacimiento de la luz, las bibliotecas son templos de la creación humana, la que nos pertenece a todos.

"Un libro Ä-escribió José MartíÄ-, aunque sea de mente ajena, parece como cosa nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo".(27) La novedad, por supuesto, no depende del libro solo, sino de la recepción personal de quien lo recibe. A ustedes, servidores y servidoras de la escritura humana, corresponde la delicada tarea de trabajar diariamente con esa siempre impretisible relación del lector y su texto, el que la necesidad, el azar o el destino en cada caso le deparan. Pero todo texto útil forma parte del destino de los hombres, que inventaron la escritura y todas las tecnologías posteriores, no para ser esclavos de propios inventos, sino creadores, es decir, poetas de su propia libertad.v Contribuir a la poesía, a esa libertad, a esa justicia, sin salir de los silenciosos menesteres de vuestra abnegada profesión, es el mayor honor que les deseo desde nuestra común aspiración a una cada vez más invencible fraternidad universal.

NOTAS

1. José Martí. Obras completas, t. 5, p. 149. El mayor aporte de Antonio Bachiller y Morales (1812-1889) a la bibliografía cubana figura en sus Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba (1861), en cuyo tercer tomo apareció el "Catálogo de libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción d e la imprenta hasta 1840", con un total de 1020 títulos.

2. Ambrosio Fornet. El libro en Cuba, siglos XVIII y XIX. La Habana. Letras Cubanas, p. 17. Dentro de la gigantesca labor bibliográfica de Carlos M. Trelles (1866-1951), se destacan su Ensayo de una bibliografía cubana de los siglos XVII y XVIII (1907), Bibliografía cubana del siglo XIX (1911-1915) en ocho volúmenes, y Bibliografía cubana del siglo XX (1916-1917 ), en dos volúmenes.

3. Domingo Figarola-Caneda (1852-1926) fue delegado de Cuba en el Congreso Internacional de Bibliografía y en el de Bibliotecarios, celebrado en París en 1900. En Londres amplió sus estudios de biblioteconomía. En 1901 ocupó la dirección de la recién creada Biblioteca Nacional, cuya Revista fundó y dirigió de 1909 a 1912. Se destac&oa cute; por sus compilaciones bibliográficas, así como por la divulgación de nuestras figuras literarias.

4. María Teresa Freyre de Andrade (1896-1975). Doctora en Ciencias Sociales y Derecho Público de la Universidad de La Habana. Participa activamente contra la dictadura de Gerardo Machado. Crea en París el Comité de Jóvenes Revolucionarios Cubanos. Cursa estudios bibliotecológicos en la Universidad de la Sorbona. Funda la Asociación Bibliotecaria Cu bana y es profesora de la Escuela de Servicios de Bibliotecas, auspiciado por esta Asociación. Trabaja en la Biblioteca General de la Universidad de La Habana. Imparte clases de Técnica Bibliotecaria (Escuela de Verano) en dicha Universidad, donde figura desde su creación en el claustro de profesores de su Escuela de Bibliotecarios. Lucha contra la dictadura de Fulgencio Bati sta y por ello vuelve al exilio. Al triunfo de la Revolución cubana, regresa a su patria y reorganiza la Biblioteca Nacional "José Martí". Crea la Red Nacional de Bibliotecas Públicas. Funda la Escuela de Capacitación Bibliotecaria (1962), hoy Escuela de Técnicos de Bibliotecas. Fue Directora de la Biblioteca Nacional desde 1959 hasta febrero de 1967.

5. Medardo Vitier (1886-1960). Educador y ensayista. Entre sus obras principales se destacan Varona, maestro de juventudes (1937), Las ideas en Cuba (1938) y Martí, estudio integral (1954).

6. José Augusto Escoto (1864-1935). En 1900 sucedió a Carlos M. Trelles como director de la Biblioteca Pública de Matanzas. En esta ciudad publicó su Revista histórica, crítica y bibliográfica de la literatura cubana (1916).

7. Dolores María Ximeno y Cruz (1866-1934), autora de Aquellos tiempos... Memorias de Lola María, publicado con prólogo de Fernando Ortiz en dos tomos (1928-1930). 8. Enrique José Varona (1849-1933). Filósofo, conferencista y crítico. Una de las figuras cimeras de la cultura cubana, con vasta bibliografía activa y pasiva.

9. José María Chacón y Calvo (1892-1969). Humanista, filólogo y crítico de gran relieve. Como Director de Cultura (1934-1944) de la Secretaría de Educación, creó la Revista Cubana y la colección Cuadernos de Cultura. Fue presidente de la Academia Cubana de la Lengua y del Ateneo de La Habana.

10. José Lezama Lima (1910-1966). Poeta, ensayista y novelista. Fundador, con José Rodríguez Feo, de la revista Orígenes (1944-1956). Una de las figuras capitales de la literatura cubana contemporánea.

11. Fermín Peraza Sarausa (1907-1969). Entre otras muchas, a él se debe la Bibliografía Martiana publicada en 1954. Dirigió la Biblioteca Municipal de La Habana desde 1933 hasta 1959.

12. José Antonio Ramos (1885-1946). Dramaturgo, novelista y crítico. Hizo estudios de técnica bibliotecaria en la Universidad de Pennsilvania. Atendió la Dirección de la Biblioteca Nacional (1938-1946), para la cual tradujo y adaptó las tablas de clasificación Dewey, que fueron aceptadas por el I Congreso Internacional de Archiveros, Bibliotecarios y Conservadores de Museos del Caribe, celebrado en La Habana en 1942. Ese mismo año aparecieron sus Cartillas del aprendiz de bibliotecario, en tres tomos.

13. Carlos Villanueva Llamas. Fiel custodio de los primeros fondos de la Biblioteca Nacional de Cuba, donde inicia sus labores el 17 de julio de 1903. Su historia laboral es parte de la historia de la Biblioteca. Ocupa cargos de vigilante, estacionario, encargado de materiales y bibliotecario a partir de l925. Transmite ejemplarmente su pasión bibliotecaria a las generaciones que le sucedi eron hasta que, vencido por la edad, se retira, después de 66 años de labor, el 31 de octubre de l969. Fue Director de la Biblioteca Nacional desde 1946 hasta 1948.

14. Eliseo Diego (1920-1994). Poeta, narrador y ensayista. Miembro del grupo Orígenes. De 1962 a 1970 dirigió el Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles de la Biblioteca Nacional "José Martí". Editados por este Departamento, aparecieron sus ensayos "Los cuentos y la imaginación infantil" y "Los hermanos Grimm y los esplendores de la imaginació n popular" (1966). Premio Nacional de Literatura (1988) y Premio "Juan Rulfo" (México, 1993).

15. Octavio Smith (1921-1987). Poeta, dramaturgo, narrador y crítico. Miembro del grupo Orígenes. Fruto de su trabajo como investigador literario en la Biblioteca Nacional, es su estudio sobre el primer dramaturgo cubano: Para una vida de Santiago Pita (1978).

16. Cleva Solís (1926). Poetisa. Cursó estudios de bibliotecología en la Sociedad Económica de Amigos del País y en la Universidad de La Habana. Trabajó en los Departamentos de Selección de Libros, Metódico, Ciencia y Técnica y Bibliografía Cubana, de la Biblioteca Nacional. A ella se debe la catalogación del archivo de Dulce María Loynaz, Premio "Miguel de Cervantes" (1992), así como su bibliografía activa y pasiva.

17. Roberto Friol (1928). Poeta y crítico. Como investigador literario en la Biblioteca Nacional, se dedicó principalmente a estudiar la novelística cubana del siglo XIX Äespecialmente a Cirilo VillaverdeÄ y la vida y obra del poeta esclavo Juan Francisco Manzano, sobre el cual publicó en 1977 Suite para Juan Francisco Manzano. También compiló y prologó Narraciones (1990) de Tristán de Jesús Medina.

18. Cf. La literatura en el Papel Periódico de la Havana, 1790-1805. Textos introductorios de Cintio Vitier, Fina García Marruz y Roberto Friol. La Habana. Letras Cubanas, l990. (En este trabajo, realizado en la Biblioteca Nacional durante los años 1962 y 1963, colaboraron también Celestino Blanch y Teresita Batista).

19. Fina García Marruz (1923). Poetisa, ensayista y crítica. Integrante del grupo Orígenes. Sus Estudios Delmontinos (1965) permanecen inéditos, aunque de ellos se han publicado capítulos en revistas. Juntos publicamos Estudios Críticos (1964), Temas martianos (1969) y Flor oculta de poesía cubana (1978). También, como trabajo en equipo con Roberto Friol, Celestino Blanch y Feliciana Menocal, la Biblioteca Nacional nos editó Bibliografía de la poesía cubana en el siglo XIX (1965). Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1990.

20. Cf. La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano. Prólogo y selección de Cintio Vitier. La Habana. Biblioteca Nacional "José Martí", 1968-1974, 3 t.

21. Juan Pérez de la Riva (m. 1976). Demógrafo e historiador cubano. Publicó, entre otros títulos, El barracón y otros ensayos, valiosa contribución metodológica y analítica a la investigación de las ciencias sociales. Asesoró la dirección de la Biblioteca Nacional "José Martí" en el período 1959-196 7, y dirigió la revista de esta institución desde 1964 hasta su muerte, acaecida en 1976.

22. Renée Méndez Capote (1901-1989). Escritora y periodista especializada en literatura para jóvenes. Durante los años que trabajó en la Biblioteca Nacional, tradujo del inglés Documentos inéditos sobre la toma de La Habana por los ingleses en 1762, con introducción, notas y cartografía por Juan Pérez de la Riva y bibliograf&ia cute;a por Juana Zurbarán, a la vez que escribía sus Memorias de una cubanita que nació con el siglo (1963), que ha merecido varias ediciones.

23. Manuel Pedro González (1893-1974). Profesor en la Universidad de Los Angeles. Crítico especializado en el estudio de la obra literaria de José Martí. Con Angel Rama y Carlos Pellicer, propuso en el Congreso por el Centenario de Rubén Darío (Varadero, noviembre de 1967), la creación de la Sala "Martí" en la Biblioteca Nacional. Las palabr as que se citan a continuación forman parte de las que pronunció al inaugurarse la dicha sala el 28 de enero de 1968.

24. Celestino Blanch Blanco. Bibliotecario de la Sala "Martí" de la Biblioteca Nacional y de la Fragua Martiana. Publicó la Bibliografía martiana 1954-1964 y fue colaborador del Anuario Martiano.

25. Araceli García-Carranza. Bibliógrafa de la Biblioteca Nacional "José Martí", institución en la que trabaja desde 1962. Ha publicado repertorios bibliográficos y otras investigaciones sobre la especialidad. Entre otras bibliografías, ha compilado la obra de grandes figuras de la historia y la cultura cubana: José Martí, Alejo Carp entier, José Lezama Lima, Carlos Rafael Rodríguez, Fernando Ortiz, Cintio Vitier, y otros; es actualmente Jefa del Dpto de Bibliografía Cubana. Para tener una idea cabal del trabajo bibliográfico realizado en Cuba desde los orígenes de nuestra cultura hasta 1975, véase el epígrafe "Bibliografía" en el Diccionario de la Literatura Cubana, La Habana, Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. Letras Cubanas, 1980, t. I, p. 118-124.

26. José Lezama Lima. "Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón", en La cantidad hechizada. La Habana, UNEAC, 1970, p. 140.

27. José Martí. Obras completas, t. 13, p. 420.